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La propaganda anticomunista durante la Guerra Fría

Publicado: 2013-03-11

“Nuestro objetivo en la guerra fría no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos, que el mundo crea la verdad.(…) A los medios que vamos a emplear para extender esta verdad se les suele llamar ‘guerra psicológica’. Es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”.

Dwight D. Eisenhower, Presidente de los Estados Unidos 1953-1961.

“Se trataba de utilizar a cualquier hijo de puta siempre que fuera anticomunista”.

Harry Rositzke, antiguo colaborador de la CIA.

Las dos explosiones nucleares con las que concluyó la Segunda Guerra Mundial dejaron un mensaje muy claro: por increíble que pudiera parecer, una nueva guerra —esta vez entre las dos superpotencias surgidas del conflicto— sería mucho peor que la anterior. Europa había quedado completamente arrasada, pero seguía siendo un tablero en el que ganar cada posición de cualquier manera que evitase la confrontación abierta. Daba comienzo así la batalla de la propaganda entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Como dar cuenta de los movimientos de ambos bandos excedería cualquier extensión razonable, nos centraremos ahora en el lado de las democracias capitalistas. Para quien quiera hacerse una idea de las cosas al otro lado del telón de acero puede servirle este excelente artículo. Pero nos habíamos quedado en el fin de la Segunda Guerra Mundial. Con ella vino el reparto de Alemania entre las cuatro potencias vencedoras. Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos pronto agruparon sus territorios, cuya  oposición al sector soviético no dejaba de incrementarse día a día, dadas las diferentes ideas que tenían acerca del proceso de desnazificación y del sistema político y económico a aplicar. Simultáneamente, la creciente influencia de la URSS en los países de Europa del Este que había liberado del dominio nazi hacía pensar a los dirigentes occidentales en un efecto dominó, que haría caer a todo el continente bajo el control comunista. La reacción no tardó en llegar.

En 1947 la promulgación de la Ley de Seguridad Nacional da lugar a la CIA. La función de esta agencia (y de la posterior United States Information Agency, USIA, creada en 1953) era promover los intereses americanos en el extranjero —aunque también acabó haciéndolo en el territorio nacional, pese a incumplir sus estatutos— mediante, entre otras cosas, el suministro de “información”. Ese era el término usado, dado que el de “propaganda” había quedado fuertemente devaluado por el ministerio de Goebbels así llamado. Y al fin y al cabo la propaganda pierde efectividad si es reconocida como tal. El exagente de la CIA Philip Agree describía así los tipo de propaganda que elaboraban, la “blanca”, la “gris” y la “negra”:

La blanca se hace de manera abierta y declaradamente como proveniente de agencias gubernamentales de Estados Unidos, a saber, la Agencia de Información de los Estados Unidos (USIA); la gris es atribuida abiertamente a las personas u organizaciones no indicando al gobierno de Estados Unidos como responsable del material y que difunden esa información como si fuera propia; y la negra no se atribuye a ninguna fuente, o se atribuye a una fuente inexistente, o bien es materia falsa atribuida a una fuente real. La CIA es la única agencia del gobierno de los EE. UU. autorizada a participar en operaciones de propaganda negra, pero también comparte las responsabilidades de la propaganda gris de otras entidades, como la USIA, por ejemplo.

Desde entonces y como bien sabemos esta agencia gubernamental ha sido responsabilizada de toda clase de crímenes y conspiraciones ocurridas en el mundo, en unos casos con razón y en otros sin ella. Dado que estamos centrándonos en el ámbito de la propaganda, es difícil resistirse a mencionar el Proyecto Biblias en Globo de 1954, que como su nombre indica consistió en lanzar 10.000 biblias en globo hacia los países del bloque oriental. Cabe preguntarse qué resultado esperaban obtener exactamente: si tenían la esperanza de que al recoger un ejemplar en algún descampado, un comunista cualquiera ardiera por combustión espontánea o quizá simplemente la abriera preguntándose de qué trataría tan extraño libro, leyera unos versículos y acto seguido hincase la rodilla al suelo con el puño al cielo renunciando solemnemente al marxismo, a sus pompas y sus obras.

Pero no adelantemos acontecimientos. Pasados unos meses después de su creación, la agencia tuvo su primera gran misión: influir en las elecciones italianas de 1948. El Partido Comunista Italiano estaba financiado por la URSS y llegó a contar con más de dos millones de afiliados (para que nos hagamos una idea, el Partido Popular actualmente tiene algo más de 800.000) y tenía serias posibilidades de hacerse con el poder. Así que además de financiar generosamente al Partido Democristiano, se organizaron exposiciones sobre el alto nivel de vida de los trabajadores americanos, se volvieron a emitir en los cines películas de mensaje anticomunista como Ninotchka, se incentivo el envío de varios millones de cartas por parte de inmigrantes italianos en Estados Unidos a sus parientes advirtiéndoles del peligro comunista, se publicaron cartas falsificadas con las que desacreditar a los miembros del PCI y en Sicilia, debido a las altas tasas de analfabetismo, se organizó un espectáculo de marionetas ambulante con un mensaje político adecuado. Finalmente la Democracia Cristiana logró la victoria con un 48,5% de los votos. Misión cumplida. Desde entonces la CIA procuró crear una relación fluida con el Partido Socialista Italiano, dentro de su estrategia general de favorecer a la izquierda no comunista. Ese mismo año también tuvo lugar el puente aéreo en respuesta al bloqueo soviético de Berlín, una formidable operación logística de la que Estados Unidos salió fortalecido ante la opinión pública internacional.

Apenas un año después la iniciativa cambió de bando. En abril de 1949, la URSS organizó en París el Congreso Internacional por la Paz, un evento de gran repercusión mediática que contó con el apoyo de numerosos intelectuales y artistas como Charlie ChaplinPicasso, que cedió un dibujo de una paloma de la paz que pasaría a convertirse en uno de los símbolos del siglo XX. Una brillante jugada que mostraba ante la opinión pública a los Estados Unidos como el bando belicoso frente a ellos, que solo querían la paz mundial. Así que la respuesta americana se basó en negar a sus adversarios el monopolio de la palabra “paz”, que pasó a ser incesantemente repetida en toda clase de discursos y eventos internacionales. Se distribuyó masivamente en cines y en las nacientes cadenas de televisión un documental realizado por la administración estadounidense llamado Caminos hacia la paz, se organizó una gran exposición internacional itinerante sobre las bondades de la energía atómica llamada Átomos para la paz, así como conferencias tituladas En defensa de la paz y de la libertad, Eisenhower proclamó un discurso en respuesta a la muerte de Stalin llamado Una oportunidad para la paz… etc. Se trataba, en definitiva, de que según la jerga de marketing tan omnipresente hoy día, la paz formase parte de “los atributos de la marca” USA.

Aunque todos esos esfuerzos parecían dar resultado, había un ámbito en el que EE. UU. estaba en franca desventaja y que podía resultar a medio y largo plazo arrastrado a la perdición si no se abordaba de lleno. Al menos así lo percibían en aquel momento, quizá con cierta ingenuidad. Se trataba del ámbito de los artistas, académicos e intelectuales, a los que era preciso ganar para la causa. Aunque nos resulte difícil de imaginar en estos tiempos en los que la televisión glorifica a personajes que bordean el analfabetismo, a finales de los años 40 y durante las décadas de los 50 y 60, en Francia en particular y en el resto de Europa en general, los intelectuales gozaban de un inmenso prestigio. Figuras tan celebradas como SartreCamus eran las que toda persona culta debía imitar al posicionarse políticamente. El inconveniente es que el compromiso de la intelectualidad con el marxismo era casi unánime.

Con el fin de congregar a intelectuales excomunistas o al menos de una izquierda no marxista, la CIA organizó en Berlín el Congreso para la Libertad de la Cultura en junio de 1950. Se trataba de dar réplica al reciente Congreso Internacional por la Paz de París y la ciudad escogida no podía estar más cargada de simbolismo. Allí acudieron a dar conferencias y debates durante cuatro días autores como Arthur Koestler (cuyo libro El cero y el infinito había sido un éxito de ventas debido en parte a que el PC francés compró sus ejemplares para evitar que nadie los leyese), Raymon AronA. J. AyerAndré Malraux entre otros. El evento sería la semilla de la Asociación Internacional por la Libertad Cultural, la cuña de la agencia en ese terreno intelectual inicialmente tan compacto. Dicha asociación crearía en 1953 la publicación Encounter, una revista cultural en la que entre artículos  de literatura, filosofía o arte se irían intercalando otros de tono anticomunista y favorecedores de la imagen internacional de Estados Unidos. Comenzaron publicando 10.000 ejemplares (una tirada similar a la del número 3 de Jot Down Magazine ya a la venta; cómprenla por favor, que a nosotros no nos financia la CIA) que serían distribuidos por diversos países mediante el British Council. Se trataba de llegar a las élites culturales, de forma que influyendo en su ideario se llegase también a todo el público que les seguía. La CIA fue creando otras revistas similares a lo largo del mundo como Scence and Freedom, Problems of Communism (cuyo título da cierta idea de su línea editorial), Cuadernos en América Latina, Jiyu en Japón, Quest en India, Quadrant en Australia oTempo Presente en Italia, que eran financiadas sirviéndose en ocasiones de tapaderas como las fundaciones Rockefeller y Ford.

En el ámbito de la alta cultura la CIA realizó otras actividades como ediciones de libros cuyo contenido se consideraba afín, como Un yanqui en la corte del rey ArturoDoctor Zhivago, perseguida en la Unión Soviética, aunque Jrushchov llegase a arrepentirse posteriormente de ello cuando finalmente la leyó. De hecho su autor, Boris Pasternak, tuvo que rechazar el Premio Nobel por presiones de las autoridades rusas. Un premio que, como tantas otras cosas, también servía como arma de propaganda, de ahí el empeño frustrado de la CIA en que no lo recibiera Pablo Neruda, demasiado izquierdista para su gusto. Pero en ocasiones ni siquiera los intelectuales afines resultaban de fiar, como el ganador del Premio Pulitzer de poesía, Robert Lowell, enviado a Argentina por la agencia para otro Congreso por la Libertad Cultural, que acabó con él subiéndose desnudo a una estatua ecuestre tras lanzar vivas aHitler hasta que finalmente fue ingresado en un psiquiátrico.

Un episodio más de esta peculiar libertad de pensamiento subvencionada durante la primera etapa de la Guerra Fría —desde finales de los 40 a comienzos de los 60— cuyo balance no fue muy glorioso. Cualquier aportación intelectual digna de ser conservada se habría realizado  igualmente y todo este mundillo nunca dejó de ser en conjunto bastante refractario, demasiado europeo y elitista para los valores americanos que la CIA quería promover. Varias de estas publicaciones culturales dejaron de financiarse en 1967 tras una investigación del Congreso. Al fin y al cabo para entonces ya estaba funcionando a toda máquina la cultura de masas, genuinamente americana. El cine, la televisión, la música rock y el arte pop recogieron el testigo de la propaganda.

El triunfo de la cultura pop

En el enfrentamiento entre rusos y estadounidenses, como estamos viendo, todo podía valer como propaganda: desde la alta cultura, las clases de inglés y los viajes a Estados Unidos financiados por la USIA, los grandes ajedrecistas estadounidenses como Booby Fischer, la carrera espacial… e incluso el reparto de caramelos. Según podemos leer en la página 29 del periódico ABC del uno de enero de 1960, aviones estadounidenses estuvieron bombardeando con caramelos durante varios días las localidades  por las que pasaría el oleoducto Rota-Zaragoza, una infraestructura que iba a construirse para conectar las bases norteamericanas en España. Fue la llamada “Operación Caramelo”.

Pero si algo logró cautivar la atención de la población mundial, especialmente a partir de los años 60, fueron las nuevas formas de ocio de la emergente sociedad de consumo. Desde 1948 la emisora de la CIA Radio Europa Libre emitía música jazz y pop a los oyentes del Bloque Oriental, el MoMA de Nueva York también por iniciativa de la agencia promocionaba el expresionismo abstracto de autores como Pollock (considerado algo totalmente opuesto al realismo socialista), la Coca-Cola se extendía como la pólvora por Europa ante el pavor marxista  y grupos como los Beatles causaban sensación también al otro lado del telón de acero. Tal como el cineasta de origen checo Milos Forman explicaba sobre su juventud antes de exiliarse, no eran solo las ansias de los jóvenes de Europa del Este por los pantalones vaqueros y la música occidental, sino el rechazo hacia estos por parte del régimen, lo que le hacía perder credibilidad: “los ideólogos estaban diciendo que esto es decadente, son cuatro monos que escapan de la selva (…) Pensé que no soy tan idiota, me encantaba esta música y de repente estos ideólogos políticos resultaban extraños”. Incluso cantantes como Donna SummerTina Turner (ambas por su carga erótica), Julio iglesias (al parecer era considerado “neofascista”) o el grupo Van Halen fueron proscritos en la Unión Soviética. En 1987, David Bowie tocó junto a otros grupos en un festival de Berlín Occidental, logrando congregar a varios cientos de jóvenes al otro lado del muro que se acercaron a escucharlos. Finalmente fueron dispersados por la policía mientras gritaban “libertad”, “Gorbachov” y “el muro debe irse”.

Respecto al cine, las autoridades americanas pronto supieron ver la extraordinaria influencia que puede llegar a tener y le concedieron una notable importancia. Solamente en los seis primeros meses de 1956 la USIA rodó 65 películas y 100 noticiarios. Algunos celebraban el modo de vida americano, otros mostraban las carencias y peligros del lado Oriental —como en Dance to Freedom, sobre unos bailarines húngaros exiliados— e incluso había informativos sobre cómo reconocer a un comunista en nuestro entorno, a la manera de este curioso informativo de las Fuerzas Armadas Estadounidenses:

Véase cómo nos advierte de que un comunista no se distingue en su aspecto físico de cualquier otra persona, muy necesaria aclaración. La CIA también quiso meterse en el negocio y financió y distribuyó por el mundo la adaptación en dibujos animados del clásico de Orwell Rebelión en la granja, que aquí podemos ver con subtítulos en castellano. De forma un tanto paradójica hicieron también otra adaptación del mismo autor: 1984 (aquí podemos verla). Es decir, el Gobierno Federal produjo una película propagandística que trata sobre un Estado totalitario basado en la propaganda. En cualquier caso, por mucho que rodasen la USIA y la CIA, no podían rivalizar en número y éxito de público con el cine de Hollywood. Consciente de ello, el senador McCarthyescrutó sus filas en aquel célebre episodio de la historia reciente conocido como “La caza de brujas”, mientras que por su parte la Administración estadounidense propuso a las principales figuras del cine del momento —como John FordJohn Wayne, entre otros— que sus películas contuvieran un mensaje en defensa del mundo libre y contra la tiranía comunista. La consigna del proyecto era “Militant Liberty”. De ahí surgió Centauros del desierto, entre otras. Aunque abundaron las historias descaradamente propagandísticas de tal manera que merecen un artículo aparte, finalmente, tal como concluyó C.D. Jackson —uno de los asesores del presidente Eisenhower— “la utilización más eficaz de las películas americanas no es diseñar toda una película para tratar un determinado problema, sino hacer que en las películas normales se introduzca una línea de diálogo apropiada, un comentario, una inflexión de voz, un gesto”. Como decíamos al comienzo de este artículo, la propaganda pierde efectividad si es reconocida como tal. Respecto a la afinidad entre la Administración norteamericana y Hollywood, teniendo en cuenta que hace unos días hemos visto entregar el Oscar a la Mejor Película a la mismísima esposa del Presidente desde la Casa Blanca, entonces diría que parece seguir gozando de buena salud…

Bibliografía:

-Guerra Fría y propaganda, varios autores (Ed. Biblioteca Nueva)

-La CIA y la guerra fría culturalFrances Stonor Saunders (Ed. Debate)

-La paz simulada de la Guerra FríaFranciso VeigaEnrique UcelarÁngel Duarte (Alianza Editorial)

-Pasado imperfecto, los intelectuales franceses 1944-1956Tony Judt (Ed. Taurus)

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Fuente:  www.jotdown.es

Por: 


Escrito por

Homero Ríos Mija

Literatura y cero novedades........


Publicado en

Duda Hache

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